La pérfida Albión y los genocidios en el Pacífico

Por favor, no me malinterpreten ustedes. No soy un amante de los genocidios aunque sí me despierta suma curiosidad la violencia que el ser humano es capaz de plasmar sobre sus semejantes. En entradas anteriores hemos visto cómo la violencia tiene una explicación material muy clara, como es en el caso de Ruanda. Hoy, además de las motivaciones materiales y ambientales, se va a ver un motivo político muy ligado al imperialismo británico del siglo XIX. Y, ¿saben lo mejor? A pesar de todo no somos de las especies más violentas ni agresivas de todas; el biólogo E. O. Wilson expresó que si los babuinos tuviesen acceso a armas atómicas, el planeta no duraría ni una semana. Así pues, en estas fechas tan señaladas, abracen a sus allegados con la plena confianza de que esa persona no pulsará jamás el botón rojo que nos vuele a todos por los aires. Para eso ya tenemos a otros que nos van a dejar un par de años de tregua.

El genocidio de Tasmania y el espíritu británico


Tasmania es una isla situada al sur de Australia, de hecho pertenece a esta, por lo que durante los años de expansión occidental, a los aborígenes allí presentes les tocó lidiar con los británicos. Estos aborígenes tasmanos fueron aislados de Sahul -más conocido como continente australiano- hace unos diez mil años por las subidas del nivel del mar acontecidas durante la última glaciación. Este aislamiento los apartó de toda red de traspaso de conocimiento y como consecuencia no cosían, pescaban o empleaban el fuego. La vida de estos individuos transcurría prácticamente idéntica durante miles de años hasta que en 1772 llegaron los primeros británicos a sus tierras. La reacción, realmente, no fue muy notable y los aborígenes, al no asimilar lo que aquello podría suponer, siguieron con su vida como si nada. Aún así, los británicos sí asimilaron lo que tenían ante ellos y desde 1804 comenzaron una guerra -llamada Guerra Negra- , con capacidades militares muy desiguales, que derivó en un genocidio. La prensa colona, el quinto poder como se ha mencionado en otras entradas, calentaba el conflicto con soflamas y llamadas a la violencia hasta el punto en el que el Colonial Times publicó en 1826 un anuncio a la legítima defensa contra la hostilidades aborígenes, cuando dichas hostilidades comenzaron debido a:
  • Usurpación de los terrenos de caza de los aborígenes
  • Malos tratos y matanzas de nativos llevados a cabo por pastores, ganaderos, salteadores y cazadores de focas
  • Y en menor medida, secuestro de niños nativos.
Los colonos querían exterminio, querían su espacio vital. Y lo tuvieron.

Para 1830, la comunidad tasmana pasó de cinco mil miembros a setenta y dos, en apenas cincuenta y ocho años de presencia colonial. Los tasmanos fueron esclavizados como fuerza de trabajo, como objetos sexuales, fueron torturados y mutilados. Se les cazaba como animales e incluso se vendían sus pieles a cambio de recompensas gubernamentales, por lo que se deduce que el poder colonial estaba al tanto y sacaba beneficio de las salvajadas y tropelías que allí se cometían. El modus operandi era el siguiente: A los hombres, por lo general, se les asesinaba directamente y si uno tuviera la suerte de sobrevivir, se le castraba. Y Santas Pascuas. Las mujeres, tenían la suerte -entiéndase la ironía- de tener que cargar con las cabezas de sus maridos al cuello, como recuerdo y aviso. '¿Y los niños?', preguntará algún insensato. Muchos niños murieron apaleados bajo esa caterva de ilustrados.
En 1869 los británicos podían respirar tranquilos pues moría William Lanner, el último varón indígena. Tras su muerte, un miembro de la Royal Society of Tasmania, el Dr. George Stokell, abrió su tumba para extraer la piel y hacerse una petaca con esta. No obstante, fueron también otros muchos los que quisieron hacerse con orejas o pies de los últimos aborígenes como un recuerdo de caza o como recuerdo de una vergüenza nacional. El genocidio ya había concluido.

El genocidio moriori o la ley como maldición

Hay diversas teorías sobre el origen de los moriori y su llegada a las islas Chatman -Rekohu en lengua autóctona-. La menos apoyada sostiene que fue Nunuku-Whenua, líder de la tribu polinesia Hamata, el que llegó con su grupo a finales del siglo XV. Esta teoría presupone un origen polinesio pero no neozelandés. En cambio, la teoría más apoyada y con más fundamento apoya que los moriori son maorís que emigraron del sur al norte durante el siglo XIV. Esta teoría  se fundamenta en las semejanzas idiomáticas que existen entre los moriori y los Ngāi Tahu del sur de Nueva Zelanda.

Al llegar a tierras norteñas, los moriori encontraron un paisaje más duro, más inhóspito y más complicado de trabajar que las conocidas tierras del sur. De hecho, se vieron obligados a adoptar técnicas de cazadores - recolectores ante la incapacidad de adoptar sus conocimientos de cultivo a estas nuevas tierras; a pesar de ser una tierra abundante en recursos. Estas condiciones obligaron a los moriori a contener una población escasa y precaria, además de basarse en los principios morales de su padre fundador Nunuku-Whenua, de los que derivó la ley de Nunuku. Más tarde conocida como Maldición de Nunuku. La ley de Nunuku, para comprender la dimensión moral de la posición moriori ante el genocidio, se resume en los siguientes puntos:
  • Prohibir la guerra
  • Prohibir el canibalismo
  • Prohibir el asesinato de cualquier forma 
¿Si alguien se saltaba la ley? Simplemente se le deseaba que se le pudriesen las entrañas. Eran unos auténticos pacifistas en pleno siglo XVI y , siendo justos, este posicionamiento les evitó el derroche de recursos naturales que sí se dio en otras islas del Pacífico. Aunque el imperativo moral casi les conduce a la extinción.

En el siglo XVIII, llegaron los británicos en el barcos HMS Chatman -de ahí el nombre actual de las islas- y reclamaron y colonizaron las islas sin resistencia. Allí establecieron un centro ballenero y hubo disputas por los recursos naturales, además de que este contacto supuso la muerte de entre el diez y el veinte por ciento de los moriori por enfermedades que contrajeron de los colonos. Las pocas relaciones que tuvieron se basaron en el comercio de cuerdas, lámparas y algo de material de herrería.
El diecinueve de noviembre de 1835 arribó a las costas de las islas Chatman un barco europeo, el Rodney, con quinientos maoríes de la región norte de Taranaki, exactamente de las tribus Ngāti Mutunga y Ngāti Tama, armados con pistolas, palos y hachas. A su llegada, los moriori vieron simplemente un grupo de individuos en pésimas condiciones que necesitaban cuidados y fueron a recibirlos amablemente, como su tradición mandaba. Pero el cinco de diciembre del mismo año llegaron otros cuatrocientos maorí, que junto a los otros sumaban ya novecientos, dispuestos a esclavizar, matar y devorar; como su tradición mandaba.
Los maorí, un pueblo guerrero por excelencia, no se anduvieron con chiquitas y desplegaron un abanico de salvajismo enorme. Esclavizaron niños, llevaron a cabo violaciones masivas, asesinatos rituales e incluso obligaron a los moriori a defecar sobre las tumbas de sus ancestros; además de empalar mujeres y niños en las playas, donde agonizaban por días. También se prohibió a los moriori el casarse o reproducirse entre ellos en aras de extinguir su pueblo. De hecho, el último varón moriori puro, Tommy Solomon, falleció en 1933. Aunque a día de hoy sobrevivan muchos entremezclados y estén en pleno renacimiento cultural.

En estas circunstancias, los moriori decidieron organizar un consejo. Los jóvenes estaban a favor de organizar una defensa armada pero, tirando de tradición, los ancianos ordenaron obedecer la ley de Nunuku ante todo. Los jefes Tapta y Torea esgrimieron que "la ley Nunuku no es una estrategia de supervivencia, para variarla cuando las condiciones cambien; es un imperativo moral". Las consecuencias pudieron verse en menos de treinta años, pasando de mil seiscientos moriori en 1835 a unos cien en 1860.
Los británicos, que pululaban por la zona, no intervinieron alegando que la relación con los maorí ya era de por sí tensa, que no querían remangarse y hacer de salvadores de nadie arriesgándose a un conflicto. Aunque todo puede sonar a treta y a palabras engañifas, puesto que nueve años después el imperio británico declaró las Guerras de Nueva Zelanda a la mayoría de las tribus maorís. Ya lo decía Lord Palmerston sobre el espíritu británico: "Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes".

Con esta entrada, me despido hasta el año que viene en el que deseo que cumplan todas sus promesas, voluntades y palabras de honor que hayan concedido. Que este año esté lleno de aventura, de cultura y de felicidad; que el ser humano no es tan cabroncete como parece, hombre. Cuiden de sus familias y amigos, se lo agradecerá eternamente.
Felices fiestas y Feliz 2019.

 "Que es la Inglaterra, esa puerca, ya lo sabe usted, a quien dan el mote de la pérfida Albión".

Pérez Galdós, Episodios Nacionales


Y como acompañamiento musical:

Abel Moreno Gómez. Banda Militar del Regimiento Soria 9 de Sevilla.


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Comentarios

  1. El colonialismo, otro clásico de la historia. No lo juzguemos con nuestra supuesta legitimidad moral de sociedad "avanzada" y "moderna" del siglo XXI. No hace mucho que en nuestra sociedad las mujeres pueden votar o que se hayan reconocido derechos a personas homosexuales. Por supuesto que hay que hacer un ejercicio de reflexión sobre la forma de actuar del poder hegemónico en el pasado, pero siempre teniendo en cuenta el contexto histórico, social y cultural de la época. Probablemente en el siglo XV la sociedad venidera nos juzgue a nosotros por haber esquilmado los recursos naturales del planeta, por haber acabado con todos los animales, por permitir que las personas de un continente (África) viviera en la más absoluta pobreza y hambruna...
    Enhorabuena por tu entrada, espero que en 2019 este blog esté repleto de ellas.
    Quise transmitírtelo en su momento y veo muy orgulloso que hoy es una realidad:
    No importa lo que la gente te diga o te cuente. Las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo (John Keating. El Club de los Poetas Muertos, 1989).

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